En la promoción del programa “El Valor de la Verdad” se preguntaba lo siguiente: ¿Quedará alguna persona honesta en el Perú? Como se recordará, la primera concursante, Ruth Thalía Sayas Sánchez, sólo llegó a la antepenúltima pregunta del concurso; pero, la parte de su intimidad que quedó revelada, le costó la vida a las pocas […]
Por Juan Carlos More. 14 septiembre, 2015.En la promoción del programa “El Valor de la Verdad” se preguntaba lo siguiente: ¿Quedará alguna persona honesta en el Perú? Como se recordará, la primera concursante, Ruth Thalía Sayas Sánchez, sólo llegó a la antepenúltima pregunta del concurso; pero, la parte de su intimidad que quedó revelada, le costó la vida a las pocas semanas.
George Orwell, escribió su famosa obra 1984, entre 1945 y 1948. Esta obra de literatura distópica (contrario a una utopía), el Gran Hermano vigila y controla todos los aspectos de los individuos, incluso en la intimidad de sus hogares.
Esta obra que sirvió de inspiración para algunos experimentos artísticos e incluso sociológicos en el mundo, fue también la base para uno de los primeros fenómenos de la conocida reality TV o telerrealidad: El Gran Hermano, de la productora holandesa Endemol. John de Moll fue el primero en registrar la idea (aunque esta haya sido disputada en múltiples ocasiones). La productora llegó a este formato estudiando experimentos previos, como el del ecosistema artificial cerrado de Biosfera 2, el segundo ecosistema cerrado, después de la tierra (el primer experimento corrió de 1991 a 1993) y el show Real World (1992) de MTV.
Pero, los antecedentes de los criticados reality shows van más atrás de los primeros programas concurso con participantes y confesiones. Ya en 1948 Allen Funt sacaba al aire su programa televisivo Candid Camera (que nació en la radio de Candid Microphone). Este programa, catalogado frecuentemente como la primera en practicar la reality tv, (según Charles B. Slocum, asistente del Director Ejecutivo de la WGA Gremio de Escritores de Estados Unidos de Norteamérica), ya que las reacciones capturadas por estas cámaras escondidas eran reales; los involucrados no sabían que hubiera cámaras.
Incluso en el nacimiento de las imágenes en movimiento, con la aparición del cinematógrafo y todos los inventos que le precedieron, se buscó primero documentar hechos cotidianos. En 1930, los cineastas Jean Vigo y Mikhaïl Kaufman (hermano del también cineasta Dziga Vertov), bajo la teoría del cine ojo, que buscaba la mayor objetividad posible en lo que se registraba (despreciando la ficción y sus recursos), crean À Propos de Nice (Sobre Niza). La mayor parte fue rodada con una cámara oculta, para sacar a la luz el estado de la sociedad en este paraíso de la aristocracia europea ubicado en la Costa Azul francesa. Ya desde entonces, consideraron que la única manera de descubrirlo era ocultando la presencia de la cámara para capturar reacciones y comportamientos reales.
¿La realidad es verdaderamente tan atractiva?
Durante el Fenómeno El Niño de 1983, las autoridades de Defensa Civil, en repetidas oportunidades, tuvieron que sacar a la gente que observada de pie sobre la rivera, el espectáculo del río Piura a punto de desbordarse. Lo hacían sabiendo que se exponían al peligro. Entonces no existía el revestimiento de concreto que se ve hoy.
Ese morbo natural o interés malsano, se vuelve más irresistible ante una situación desagradable aunque sea en el ámbito privado de las personas comunes y corrientes. Lo que mueve al público es la posibilidad de ser testigos de la intimidad de personas desconocidas. Visualícese usted mismo sentado en un restaurante cualquiera. De pronto, una discusión de enamorados escala en pelea. Es imposible resistirse a escuchar lo que sucede, aunque no haya gritos en la discusión. Eso es porque todos tenemos una curiosidad natural hacia las cosas desagradables.
Otro ejemplo: si estuviésemos frente a la escena de un accidente fatal, seguramente intentaríamos acercarnos al círculo de curiosos que se ha formado, aún sabiendo que podemos encontrar un desagradable espectáculo y, tal vez, un cadáver. Aún así, habrá la tentación de mirar. En ejercicio de nuestra voluntad podría evitar dejarnos llevar por este impulso y mantener el control de nosotros mismos.
En la promoción del programa El Valor de la Verdad, se utilizaba la frase: “¿Quedará alguna persona honesta en el Perú?”. Como se recordará, la primera concursante, Ruth Thalía Sayas Sánchez, sólo llegó a la antepenúltima pregunta del concurso, y la parte de su intimidad que quedó revelada en pantalla, le costó la vida a las pocas semanas. Ese canal que mostró tanto interés al buscarla y proponerle que participe y cuente sus secretos al público, no se interesó mucho cuando el padre de Ruth buscaba denunciar su desaparición en los noticieros. Y, cuando apareció muerta, el interés por las exclusivas para entrevistar a los familiares, se renovó. Ser testigos en primera fila de una desgracia familiar, ¿es entretener?
La realidad dentro de la televisión
En el Perú, han surgido, recientemente, múltiples iniciativas y opiniones en contra de los programas denominados televisión basura. En otra ocasión he dicho que debería hablarse de comunicación basura, ya que no solo estos programas tienen los síntomas de este mal que aqueja a la sociedad peruana, sino que los modelos de comportamiento del ser humano que se emplean en el entretenimiento, la moda, la ficción y la información también están creando una comunicación distorsionada, que afecta a la sociedad.
Se promueve el hedonismo, la sexualización y cosificación del ser humano; y el disfrute inmediato en contraposición al esfuerzo y el trabajo, y nos sorprende que la delincuencia aumente. Promovemos la violencia y el desprecio a la vida y nos sorprende que haya tantos asesinatos y que nuestras autoridades promuevan el aborto. Si dejáramos que el asesinato de bebés en el vientre de sus madres, se legalice, dentro de algunos años, cuando los parques estén vacíos de niños y la cantidad de ancianos pongan en aprietos la estabilidad económica del país, seguramente se promovería la eutanasia. Y, seguro que entonces también nos sorprenderemos.
¿Qué mensaje les damos a los jóvenes a través de los programas de entretenimiento y la ficción? Que la valoración de las personas se debe basar en el cuerpo y su aspecto físico. Que su mayor preocupación debe ser alcanzar esos estándares de belleza a toda costa (y, por supuesto, que esto no debe implicar esfuerzo). No importa la inteligencia ni el conocimiento, ni la cultura sino pasarlo bien. Es más, el que se esfuerza en estudiar y alcanzar metas y logros en base al trabajo, es un tonto, un perdedor y, por lo tanto, es merecedor del bullying.
¿Y los programas informativos?
El que los medios informativos aborden los detalles de la vida sentimental e íntima de los protagonistas de los realities, (algunas veces acusadas de ser armados), de los personajes (no de los actores) en las novelas y ficciones, sólo empeora más la situación. Deberíamos darle su lugar a cada aspecto del medio. El entretenimiento nos provee de una distracción durante nuestro tiempo de ocio. La información nos ayuda a tomar buenas decisiones como ciudadanos, especialmente en lo que respecta a la política (por quién vamos a votar y qué autoridades vamos a elegir); sin olvidar que el fin educativo está en todos los contenidos, no solo en los documentales o programas educativos. Todos son modelos de comportamiento de los que los jóvenes aprenden.
El valor de la información está bastante venido a menos. En la serie The Newsroom, de Aaron Sorkin, se ensaya una explicación al origen del problema de los medios informativos en EEUU. Para el protagonista, Will McAvoy, el problema surge cuando se otorgaron las licencias a los broadcasters y no se dijo que a los espacios informativos no deberían exigirles venta de publicidad, porque si se responsabilizarían de difundir la verdad, para asegurar una sociedad sana y democrática debería ser considerado un servicio de interés nacional y no parte del mismo negocio del entretenimiento. Es cierto que se trata de una serie de ficción, pero el problema es real y existe en Estados Unidos de Norteamérica; y, también en el Perú.
Con el avance de la tecnología y los recursos narrativos de la ficción y el entretenimiento, no es de extrañar que los espacios informativos no puedan dar la talla para competir contra lo que ofrece el entretenimiento, en niveles de audiencia. Y, teñir la pantalla de sangre y morbo puede generar rating, pero a la vez aleja al medio de su fin informativo. Además, en su lucha por competir los programas informativos han cortado en periodistas experimentados, en recursos para cubrir las informaciones y por eso es que cada vez más vemos piezas sobre las que tienen que disculparse o retractarse porque su fuente de Internet era una página falsa o una parodia de un sitio web real.
La investigación de profundidad y la entrevista política (bien preparada) prácticamente han desaparecido de las pantallas y, en su lugar, los bloques de entretenimiento, a los que se les otorgaba 10 minutos en el pasado, ahora tienen segmentos que pueden llegar a los 50 minutos en los programas de fines de semana. Y, para llevar de la mano al público en este periplo, no falta una presentadora en plano entero, y vestuario revelador, solo por si el mensaje de los programas de entretenimiento no había sido suficientemente claro.
Mundo orwelliano
En la obra de Orwell, 1984, al protagonista Winston Smith que tiene la osadía de rebelarse contra el sistema y el Gran Hermano, se le tortura hasta que lo obligan a admitir como verdadero un enunciado evidentemente falso: 2+2=5. Es curiosa la visión del mundo que tuvo George Orwell allá por los años 40 del siglo pasado.
Hoy en día también tenemos productores, programadores, gerentes de medios, agencias de publicidad y hasta público dispuestos a admitir que actualmente las pantallas de la televisión peruana reflejan lo que somos y “lo que a la gente le gusta”. Esto es falso. Hay estudios que lo prueban. Lo que hay en las pantallas es lo que congrega a la mayor cantidad de audiencia, con el mínimo esfuerzo, apelando a reacciones básicas y casi instintivas del ser humano. El rating que se gana así cuesta menos y garantiza las ventas, pero no construye ni cultura ni sociedad. Asegura el éxito de los anunciantes en su propósito de vender y asegurar futuras generaciones de compradores incapaces de discutir o rebatir hasta la falsedad más evidente.
Podemos cambiar las cosas. No necesitamos marchas o revoluciones multitudinarias. Podemos hacer mucho desde nuestra privacidad. Informándonos. Conociendo quiénes son los anunciantes que promueven los contenidos que queremos cambiar.
Es posible tener noticieros que nos informen adecuadamente; y programas concurso que nos entretengan sin que nos vendan la falacia caricaturesca del modelo ideal del hombre y la mujer. Es posible tener publicidad que nos atraiga con buenas historias, y ficción que explore lo más universal del ser humano en toda su dimensión. ¡Sí, es posible!